Ha habido siempre una tendencia generalizada a alejar al futuro padre del mundo misterioso del embarazo y el parto. Puede parecer paradójico si se piensa que está directamente implicado en esta etapa fundamental de la vida de la pareja.
Afortunadamente, es preciso reconocer que desde hace algunos años su papel tiende a ser menos pasivo, y que un número creciente de padres van tomando conciencia de que el hecho de tener un hijo es cuestión de la pareja, y no tan sólo de la madre.
Resulta evidente que su papel físico, anatómico, es menos importante que el de la madre; sin embargo, su papel moral y psicológico es capital.
En efecto, debe ayudar moral y psicológicamente a su esposa desde el comienzo del embarazo; pero también materialmente, evitándole trabajos fatigosos. Me parece justo que desde los primeros meses tome conciencia de que, con un mínimo esfuerzo, puede constituir una eficaz ayuda, encargándose de una multitud de pequeñas tareas, que son el pan cotidiano de la vida familiar, y que los hombres suelen dejar en manos de las mujeres.
Un marido consciente debe esforzarse a cada momento en evitar a su esposa encinta cualquier sobrecarga de trabajo, condescendiendo para ello en lavar los platos, hacer la compra u ocuparse de los niños. Así, por medio de múltiples atenciones diarias, podrá descargar a su esposa de un exceso de fatiga, y jugar un papel activo en los meses del embarazo.
Debe asimismo asistir a las clases de preparación para el parto y tomar parte activa en la repetición de los ejercicios en casa.
Todas esas ocupaciones impiden al padre sentirse ajeno al milagro del nacimiento.
También es conveniente que, siempre que le sea posible, acompañe a su esposa a la consulta, a fin de seguir de cerca el proceso del embarazo y compartir con ella sus alegrías.
La pareja actual vive el embarazo como algo compartido.
Respecto al momento del parto, más adelante hablaré de lo conveniente que es la presencia del padre, sobre todo en el parto «sin violencia». No existen en efecto razones válidas para privar al padre de la alegría de estar presente en el nacimiento de su hijo.
Dado que el niño ha sido engendrado y deseado por los dos, y que ambos han compartido la larga espera, el nacimiento debe asimismo ser vivido por los dos miembros de la pareja.
Por supuesto, no se trata de obligar a un padre reticente a asistir al parto de su esposa, lo que podría acarrear un trauma psíquico. Sin embargo, considero que un padre que ha seguido muy de cerca el embarazo de su compañera experimentará el vivo deseo de asistir al parto, sobre todo si se trata de un «nacimiento sin violencia», en el que el aspecto quirúrgico, técnico y por lo tanto impresionante deja sitio a un clima de sosegada ternura, más adecuado para la llegada del bebé.
Afortunadamente, es preciso reconocer que desde hace algunos años su papel tiende a ser menos pasivo, y que un número creciente de padres van tomando conciencia de que el hecho de tener un hijo es cuestión de la pareja, y no tan sólo de la madre.
Resulta evidente que su papel físico, anatómico, es menos importante que el de la madre; sin embargo, su papel moral y psicológico es capital.
En efecto, debe ayudar moral y psicológicamente a su esposa desde el comienzo del embarazo; pero también materialmente, evitándole trabajos fatigosos. Me parece justo que desde los primeros meses tome conciencia de que, con un mínimo esfuerzo, puede constituir una eficaz ayuda, encargándose de una multitud de pequeñas tareas, que son el pan cotidiano de la vida familiar, y que los hombres suelen dejar en manos de las mujeres.
Un marido consciente debe esforzarse a cada momento en evitar a su esposa encinta cualquier sobrecarga de trabajo, condescendiendo para ello en lavar los platos, hacer la compra u ocuparse de los niños. Así, por medio de múltiples atenciones diarias, podrá descargar a su esposa de un exceso de fatiga, y jugar un papel activo en los meses del embarazo.
Debe asimismo asistir a las clases de preparación para el parto y tomar parte activa en la repetición de los ejercicios en casa.
Todas esas ocupaciones impiden al padre sentirse ajeno al milagro del nacimiento.
También es conveniente que, siempre que le sea posible, acompañe a su esposa a la consulta, a fin de seguir de cerca el proceso del embarazo y compartir con ella sus alegrías.
La pareja actual vive el embarazo como algo compartido.
Respecto al momento del parto, más adelante hablaré de lo conveniente que es la presencia del padre, sobre todo en el parto «sin violencia». No existen en efecto razones válidas para privar al padre de la alegría de estar presente en el nacimiento de su hijo.
Dado que el niño ha sido engendrado y deseado por los dos, y que ambos han compartido la larga espera, el nacimiento debe asimismo ser vivido por los dos miembros de la pareja.
Por supuesto, no se trata de obligar a un padre reticente a asistir al parto de su esposa, lo que podría acarrear un trauma psíquico. Sin embargo, considero que un padre que ha seguido muy de cerca el embarazo de su compañera experimentará el vivo deseo de asistir al parto, sobre todo si se trata de un «nacimiento sin violencia», en el que el aspecto quirúrgico, técnico y por lo tanto impresionante deja sitio a un clima de sosegada ternura, más adecuado para la llegada del bebé.