¿Qué será, niño o niña?
Saber el sexo del niño antes del nacimiento constituye la legítima curiosidad de todas las madres. Sin embargo, debes comprender que, en el estado actual de la ciencia, no hay forma válida de responder a esa pregunta durante los primeros meses del embarazo. Tradicionalmente, existen unos métodos sencillos de adelantar una respuesta, transmitidos de madres a hijas desde hace siglos: forma del vientre, ombligo más o menos saliente; posición alta o baja del feto, fase de la luna en que ha sido concebido, sexo y fecha de fecundación de los hijos anteriores, etc. Detendré aquí mi enumeración, pues no deseo aventurarme en un terreno puramente alquímico o mágico. En cualquier caso, todos los métodos citados tienen en común su absoluta ineficacia. Ninguno resiste un análisis estadístico serio, basado en un amplio número de casos.
La auscultación del corazón del feto pareció aportar un argumento más científico; un ritmo rápido significaría un niño y un ritmo lento, una niña. A menos que sea al revés, no lo recuerdo bien... Desgraciadamente, tampoco este método, que contó con bastantes seguidores entre los parteros y comadronas del siglo pasado, ha podido resistir el control de la ciencia moderna. El registro electrónico del ritmo cardiaco —del que hablaré más adelante—, técnica de uso corriente en la obstetricia actual, ha demostrado, de modo irrefutable, que no existe relación alguna entre el ritmo y la intensidad de los latidos del corazón del niño y el sexo de éste.
En la actualidad, existen dos métodos científicos para saber el sexo del niño antes del nacimiento. Uno es muy simple, pero tan sólo da resultados válidos a partir del séptimo mes del embarazo: la ecografía uterina. El segundo podría indicar el sexo mucho antes, pero es un método difícil e incluso peligroso: la punción am-niótica.
La ecografía uterina, basada en los ultrasonidos —y por lo tanto sin ningún peligro—, permite estudiar el feto con gran detalle, proporcionando sobre una pantalla de televisión una especie de «fotografía», tan detallada que permite distinguir su sexo. Si el sexo resulta visible, lo que no siempre ocurre, pues depende de la posición del niño, un buen ecografista nunca se equivoca.
La punción amniótica consiste en tomar una muestra del líquido amniótico, mediante una punción a través del vientre de la madre.
El líquido amniótico (las aguas) es el que rodea al niño en el interior del útero. La muestra obtenida se observa al microscopio, a fin de estudiar las células que flotan en el líquido. Algunas provienen de la piel del feto. Como cualquier otra célula de su cuerpo, las cutáneas contienen 46 cromosomas en el núcleo. Entre ellos se encuentran los dos cromosomas sexuales, que permitirán descubrir el sexo del niño.
En efecto, el sexo de un individuo viene determinado por esos cromosomas sexuales.1 La presencia de dos cromosomas denominados X caracteriza el sexo femenino (XX = femenino); la presencia de un único cromosoma X y de otro, mucho más pequeño, denominado Y caracteriza el sexo masculino (XY = masculino). Si el estudio al microscopio de las células del niño tomadas de la muestra de líquido amniótico indica la presencia de dos cromosomas X, el feto es de sexo femenino.
Si, por el contrario, se descubre la presencia de un cromosoma X y un cromosoma Y, el feto es de sexo masculino. Pese a tratarse de un método complicado, el análisis de las células del líquido amniótico suministra una información válida, y podría parecer óptimo para saber el sexo del niño antes del nacimiento.
En realidad, el problema no radica tanto en el análisis del líquido amniótico —pese a que el margen de error sea de un 15 %— como en la punción misma. Se trata de un procedimiento relativamente fácil hacia el final, del embarazo, cuando el niño es percibido con claridad, mas para entonces la ecografía resulta mucho más simple. Sin embargo, en los primeros meses, con un embrión pequeño y con poco líquido, la punción es difícil y peligrosa.
Podría compararse al intento de pinchar —a través de la cascara— la clara de un huevo crudo sin tocar la yema, hallándose dicho huevo en el fondo de un cesto lleno de lana. El deseo de saber el sexo del niño no merece correr tantos riesgos. No obstante, es cierto que la punción amniótica se practica a veces durante los primeros meses del embarazo, pero de modo excepcional, y nunca para saber el sexo. Se trata de los casos graves (cuando se teme que se produzcan malformaciones), en los que el riesgo de la punción queda compensado por el de evitar que evolucione un embarazo anormal.
La auscultación del corazón del feto pareció aportar un argumento más científico; un ritmo rápido significaría un niño y un ritmo lento, una niña. A menos que sea al revés, no lo recuerdo bien... Desgraciadamente, tampoco este método, que contó con bastantes seguidores entre los parteros y comadronas del siglo pasado, ha podido resistir el control de la ciencia moderna. El registro electrónico del ritmo cardiaco —del que hablaré más adelante—, técnica de uso corriente en la obstetricia actual, ha demostrado, de modo irrefutable, que no existe relación alguna entre el ritmo y la intensidad de los latidos del corazón del niño y el sexo de éste.
En la actualidad, existen dos métodos científicos para saber el sexo del niño antes del nacimiento. Uno es muy simple, pero tan sólo da resultados válidos a partir del séptimo mes del embarazo: la ecografía uterina. El segundo podría indicar el sexo mucho antes, pero es un método difícil e incluso peligroso: la punción am-niótica.
La ecografía uterina, basada en los ultrasonidos —y por lo tanto sin ningún peligro—, permite estudiar el feto con gran detalle, proporcionando sobre una pantalla de televisión una especie de «fotografía», tan detallada que permite distinguir su sexo. Si el sexo resulta visible, lo que no siempre ocurre, pues depende de la posición del niño, un buen ecografista nunca se equivoca.
La punción amniótica consiste en tomar una muestra del líquido amniótico, mediante una punción a través del vientre de la madre.
El líquido amniótico (las aguas) es el que rodea al niño en el interior del útero. La muestra obtenida se observa al microscopio, a fin de estudiar las células que flotan en el líquido. Algunas provienen de la piel del feto. Como cualquier otra célula de su cuerpo, las cutáneas contienen 46 cromosomas en el núcleo. Entre ellos se encuentran los dos cromosomas sexuales, que permitirán descubrir el sexo del niño.
En efecto, el sexo de un individuo viene determinado por esos cromosomas sexuales.1 La presencia de dos cromosomas denominados X caracteriza el sexo femenino (XX = femenino); la presencia de un único cromosoma X y de otro, mucho más pequeño, denominado Y caracteriza el sexo masculino (XY = masculino). Si el estudio al microscopio de las células del niño tomadas de la muestra de líquido amniótico indica la presencia de dos cromosomas X, el feto es de sexo femenino.
Si, por el contrario, se descubre la presencia de un cromosoma X y un cromosoma Y, el feto es de sexo masculino. Pese a tratarse de un método complicado, el análisis de las células del líquido amniótico suministra una información válida, y podría parecer óptimo para saber el sexo del niño antes del nacimiento.
En realidad, el problema no radica tanto en el análisis del líquido amniótico —pese a que el margen de error sea de un 15 %— como en la punción misma. Se trata de un procedimiento relativamente fácil hacia el final, del embarazo, cuando el niño es percibido con claridad, mas para entonces la ecografía resulta mucho más simple. Sin embargo, en los primeros meses, con un embrión pequeño y con poco líquido, la punción es difícil y peligrosa.
Podría compararse al intento de pinchar —a través de la cascara— la clara de un huevo crudo sin tocar la yema, hallándose dicho huevo en el fondo de un cesto lleno de lana. El deseo de saber el sexo del niño no merece correr tantos riesgos. No obstante, es cierto que la punción amniótica se practica a veces durante los primeros meses del embarazo, pero de modo excepcional, y nunca para saber el sexo. Se trata de los casos graves (cuando se teme que se produzcan malformaciones), en los que el riesgo de la punción queda compensado por el de evitar que evolucione un embarazo anormal.