El tema de la alimentación de la futura madre ha sido —y seguirá siendo— objeto de acaloradas discusiones entre médicos y pacientes, y aún más entre madres e hijas.
Pocos, capítulos han provocado tanta controversia como el relativo al régimen de la mujer encinta, y pocos autores se han privado de llenar páginas para tratar una cuestión en definitiva tan sencilla. No hay necesidad de complicadas tablas ni cálculos elaborados; basta con un pocote seltido común.
Con tal de que sea variada, la alimentación cotidiana normal aporta a la futura madre, en cantidad suficiente, todos los elementos que precisa, sin necesidad de correr tras las vitaminas o las proteínas. El problema radica en limitar el alimento, y no en aumentarlo. Hay que rechazar de modo definitivo el célebre dicho «comer por dos», demasiado a menudo confundido con «comer como dos».
El embarazo supone, en efecto, un aumento del apetito, sobre todo en el curso de los últimos meses, y con frecuencia lleva a la futura madre a ingerir una excesiva cantidad de alimentos.
En su obra Guide pratique de diététique, el profesor C. Sureau escribe: «El régimen ideal de una mujer encinta sana difiere poco del de una mujer de edad y actividad similares no embarazada».
Las necesidades energéticas de una mujer no encinta son de 2.200 calorías por día, aproximadamente. En la embarazada, dichas necesidades se mantienen a un nivel equivalente durante el primer trimestre del embarazo, pasan a 2.400 calorías en el segundo trimestre y alcanzan 2.600 calorías en el tercero. Es decir, supone un incremento de tan sólo un 20 %.
Existen tres categorías de alimentos:
1. Las proteínas: carne, huevos, pescado.
2. Las grasas: mantequilla, aceite, alimentos grasos.
3. Los hidratos de carbono: azúcar, mermelada, miel, pasteles, pastas, legumbres, frutos secos, etcétera.
Pocos, capítulos han provocado tanta controversia como el relativo al régimen de la mujer encinta, y pocos autores se han privado de llenar páginas para tratar una cuestión en definitiva tan sencilla. No hay necesidad de complicadas tablas ni cálculos elaborados; basta con un pocote seltido común.
Con tal de que sea variada, la alimentación cotidiana normal aporta a la futura madre, en cantidad suficiente, todos los elementos que precisa, sin necesidad de correr tras las vitaminas o las proteínas. El problema radica en limitar el alimento, y no en aumentarlo. Hay que rechazar de modo definitivo el célebre dicho «comer por dos», demasiado a menudo confundido con «comer como dos».
El embarazo supone, en efecto, un aumento del apetito, sobre todo en el curso de los últimos meses, y con frecuencia lleva a la futura madre a ingerir una excesiva cantidad de alimentos.
En su obra Guide pratique de diététique, el profesor C. Sureau escribe: «El régimen ideal de una mujer encinta sana difiere poco del de una mujer de edad y actividad similares no embarazada».
Las necesidades energéticas de una mujer no encinta son de 2.200 calorías por día, aproximadamente. En la embarazada, dichas necesidades se mantienen a un nivel equivalente durante el primer trimestre del embarazo, pasan a 2.400 calorías en el segundo trimestre y alcanzan 2.600 calorías en el tercero. Es decir, supone un incremento de tan sólo un 20 %.
Existen tres categorías de alimentos:
1. Las proteínas: carne, huevos, pescado.
2. Las grasas: mantequilla, aceite, alimentos grasos.
3. Los hidratos de carbono: azúcar, mermelada, miel, pasteles, pastas, legumbres, frutos secos, etcétera.
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