¿Siente algo el feto?
E. Schrodinger afirma: «Se da siempre un cierto retraso de transmisión entre las ideas de los sabios y la idea que la gente se forma de las ideas de esos sabios».
El nacimiento, ese paso de la vida intrauterina a la vida exterior, del mundo desconocido, constituye una prueba terrible, física y psicológicamente atroz para el niño, el cual la sufre de un modo pasivo, sin encontrar, al final del calvario, la reconfortante acogida que tiene derecho a esperar de nosotros.
Y se objetará: ¿Cómo es posible afirmar que el niño siente el parto como una prueba penosa? ¿Cómo es posible siquiera afirmar que el niño siente algo?
«¡Bah!, un recién nacido no siente nada...»
Este tipo de razonamiento se parece a los sostenidos por eminentes sabios, hace apenas dos siglos, los cuales se preguntaban si la mujer tenía alma, dado que carecía siquiera de inteligencia.
«¡Bah!, las mujeres no piensan...»
Bastaría sin embargo con reflexionar cinco minutos sobre lo que supondrían para un adulto las pruebas físicas que el recién nacido sufre durante el parto; pocos adultos las resistirían. Por no hablar de la angustia y el pánico experimentados al penetrar en ese mundo nuevo, desconocido y hostil.
«¡Bah!, un recién nacido no siente nada...»
Sin embargo, dos minutos después de su nacimiento, mientras lo sujetas en tus brazos, haz como que lo dejas caer; todo su cuerpo realizará un movimiento de terror y se pondrá a aullar. Si un recién nacido siente tan intensamente el intento de un falso movimiento, apenas dos minutos después de nacer, ¿no cabe pensar que siente con la misma intensidad dos minutos antes?
¿Por qué un elevado número de médicos se obstinan en comparar al feto con una piedra y en no querer admitir, contra todas las evidencias científicas, que es capaz de sentir mucho antes del nacimiento?
E. Schrodinger afirma: «Se da siempre un cierto retraso de transmisión entre las ideas de los sabios y la idea que la gente se forma de las ideas de esos sabios».
El nacimiento, ese paso de la vida intrauterina a la vida exterior, del mundo desconocido, constituye una prueba terrible, física y psicológicamente atroz para el niño, el cual la sufre de un modo pasivo, sin encontrar, al final del calvario, la reconfortante acogida que tiene derecho a esperar de nosotros.
Y se objetará: ¿Cómo es posible afirmar que el niño siente el parto como una prueba penosa? ¿Cómo es posible siquiera afirmar que el niño siente algo?
«¡Bah!, un recién nacido no siente nada...»
Este tipo de razonamiento se parece a los sostenidos por eminentes sabios, hace apenas dos siglos, los cuales se preguntaban si la mujer tenía alma, dado que carecía siquiera de inteligencia.
«¡Bah!, las mujeres no piensan...»
Bastaría sin embargo con reflexionar cinco minutos sobre lo que supondrían para un adulto las pruebas físicas que el recién nacido sufre durante el parto; pocos adultos las resistirían. Por no hablar de la angustia y el pánico experimentados al penetrar en ese mundo nuevo, desconocido y hostil.
«¡Bah!, un recién nacido no siente nada...»
Sin embargo, dos minutos después de su nacimiento, mientras lo sujetas en tus brazos, haz como que lo dejas caer; todo su cuerpo realizará un movimiento de terror y se pondrá a aullar. Si un recién nacido siente tan intensamente el intento de un falso movimiento, apenas dos minutos después de nacer, ¿no cabe pensar que siente con la misma intensidad dos minutos antes?
¿Por qué un elevado número de médicos se obstinan en comparar al feto con una piedra y en no querer admitir, contra todas las evidencias científicas, que es capaz de sentir mucho antes del nacimiento?