Como se deduce de la lectura del apartado anterior, hacer nacer a un niño sin violencia constituye más una mentalidad que la aplicación de recetas mágicas.
Es preciso reemplazar las ideas preconcebidas y los gestos rutinarios por ideas y gestos nuevos.
Es preciso, sobre todo, considerar al recién nacido como un ser humano, altamente sensible y vulnerable, y no como un paquete inerte que hay que manipular fríamente.
Ese cambio de mentalidad concierne tanto al tocólogo como a los padres.
Al tocólogo, pues debe cambiar algunas de sus costumbres, mollificar algunos de sus gestos, a menudo afianzados por una larga práctica profesional. Debe aprender, sobre todo, a otorgar al niño el principal papel, y a establecer un contacto directo con él.
Sencillamente, debe darse cuenta de que el niño existe en tanto que ser vivo y sensible. Como ya he dicho, para el partero tradicional el recién nacido no es sino un animal de laboratorio, que hay que vigilar técnica y científicamente, y al que deposita lo más pronto posible en manos de la puericultura. Sin embargo, el partero moderno y sensible deberá ocuparse por sí mismo del niño durante su primera media hora de vida, lo que sin duda creará un lazo nuevo, cálido y tierno, entre el médico y el recién nacido.
Los padres deben estar preparados para el parto sin violencia, lo que evidentemente constituye el objeto de este libro. En efecto, deben saber que el comportamiento del recién nacido será, en general, diferente del que puede observarse en un parto tradicional; el niño pasará progresivamente de la vida intrauterina a la vida independiente al aire libre, en un clima de ternura y suavidad.
Los padres no deben pues estar pendientes de los gritos del niño, ni desesperarse si éstos se retrasan o no son muy intensos; uno de los efectos del método consiste, precisamente, en tranquilizar al niño, el cual ya no tiene ni razón ni necesidad de llorar. Nada hay más decepcionante para un tocólogo que logra el nacimiento sin violencia de un niño que oír a la madre repetir angustiada: «¡No grita!». Significa que no ha entendido nada, y que sólo el niño podrá apreciar el método del que se beneficia.
Así pues, los padres deben tener presente que todo va a ocurrir lentamente, en un clima de ternura y de calma, y que podrán observar con sus propios ojos, segundo a segundo, el descubrimiento progresivo que su hijo hace del mundo.
Silencio, calma, luz tamizada, serenidad... Estamos preparados para acoger al niño
Para el profano, el «parto Leboyer» equivale al «parto en la oscuridad», lo que supone una imagen tan falsa como simplista.
Con justa razón, Leboyer insiste en el clima de calma y serenidad que debe presidir la entrada del recién nacido en nuestro mundo.
Ese clima implica la eliminación del ruido: los padres y el tocólogo hablan en voz baja; la eliminación de las luces intensas: en la sala de partos sólo se utilizan luces suaves o amortiguadas, siempre suficientes para permitir al médico trabajar en buenas condiciones; la eliminación de cualquier gesto brusco o brutal, generadores de ruido y que no hacen sino traducir una tensión nerviosa inoportuna.
Es preciso reemplazar las ideas preconcebidas y los gestos rutinarios por ideas y gestos nuevos.
Es preciso, sobre todo, considerar al recién nacido como un ser humano, altamente sensible y vulnerable, y no como un paquete inerte que hay que manipular fríamente.
Ese cambio de mentalidad concierne tanto al tocólogo como a los padres.
Al tocólogo, pues debe cambiar algunas de sus costumbres, mollificar algunos de sus gestos, a menudo afianzados por una larga práctica profesional. Debe aprender, sobre todo, a otorgar al niño el principal papel, y a establecer un contacto directo con él.
Sencillamente, debe darse cuenta de que el niño existe en tanto que ser vivo y sensible. Como ya he dicho, para el partero tradicional el recién nacido no es sino un animal de laboratorio, que hay que vigilar técnica y científicamente, y al que deposita lo más pronto posible en manos de la puericultura. Sin embargo, el partero moderno y sensible deberá ocuparse por sí mismo del niño durante su primera media hora de vida, lo que sin duda creará un lazo nuevo, cálido y tierno, entre el médico y el recién nacido.
Los padres deben estar preparados para el parto sin violencia, lo que evidentemente constituye el objeto de este libro. En efecto, deben saber que el comportamiento del recién nacido será, en general, diferente del que puede observarse en un parto tradicional; el niño pasará progresivamente de la vida intrauterina a la vida independiente al aire libre, en un clima de ternura y suavidad.
Los padres no deben pues estar pendientes de los gritos del niño, ni desesperarse si éstos se retrasan o no son muy intensos; uno de los efectos del método consiste, precisamente, en tranquilizar al niño, el cual ya no tiene ni razón ni necesidad de llorar. Nada hay más decepcionante para un tocólogo que logra el nacimiento sin violencia de un niño que oír a la madre repetir angustiada: «¡No grita!». Significa que no ha entendido nada, y que sólo el niño podrá apreciar el método del que se beneficia.
Así pues, los padres deben tener presente que todo va a ocurrir lentamente, en un clima de ternura y de calma, y que podrán observar con sus propios ojos, segundo a segundo, el descubrimiento progresivo que su hijo hace del mundo.
Silencio, calma, luz tamizada, serenidad... Estamos preparados para acoger al niño
Para el profano, el «parto Leboyer» equivale al «parto en la oscuridad», lo que supone una imagen tan falsa como simplista.
Con justa razón, Leboyer insiste en el clima de calma y serenidad que debe presidir la entrada del recién nacido en nuestro mundo.
Ese clima implica la eliminación del ruido: los padres y el tocólogo hablan en voz baja; la eliminación de las luces intensas: en la sala de partos sólo se utilizan luces suaves o amortiguadas, siempre suficientes para permitir al médico trabajar en buenas condiciones; la eliminación de cualquier gesto brusco o brutal, generadores de ruido y que no hacen sino traducir una tensión nerviosa inoportuna.
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