El primer trimestre de embarazo se caracteriza sobre todo por el hecho de que la esperanza es por completo inmaterial. Una se siente un poco decepcionada por la falta de manifestaciones positivas del embarazo.
Los senos se hinchan, a veces duelen, se saliva mucho, se está fatigada, nerviosa, se tienen ganas de dormir, de orinar con mayor frecuencia y, no se sabe por qué, dan asco el café, por ejemplo, el tabaco, ciertos olores, ciertos perfumes. Los sentidos se exacerban y es más difícil dominarse. Todo esto resulta más bien desmoralizador.
Pero significa sin la menor duda una manera de materializar lo inmaterial. Porque, en el fondo del cuerpo de la mujer embarazada, vive un niño incapaz de manifestarse todavía. Sólo la inteligencia percibe el embrión. De hecho, todo se resume en una afirmación del médico: «Está usted embarazada».
Algunas mujeres no se convencen de su nuevo estado hasta que sienten a su hijo vivir en ellas. Por fortuna, hoy en día la ecografía permite muy pronto tomar conciencia de la realidad de lo invisible.
A lo largo de todo el embarazo, la mayoría de las mujeres reviven su infancia, pero esto se hace particularmente flagrante durante el segundo y el tercer mes. Esta vuelta atrás puede traducirse por una angustia, que desaparecerá hacia el cuarto mes, cuando la percepción de los movimientos del niño asegurará a la futura madre del embarazo y la presencia del hijo.
El primer trimestre se caracteriza también por el miedo a un aborto espontáneo. Todas las mujeres saben ahora que esos abortos han de temerse sobre todo durante el segundo mes del embarazo.
Además como ya he dicho antes, una mujer, por muy feliz que se sienta de estar embarazada, puede oscilar entre dos sentimientos en apariencia contradictorios: la alegría y el temor a lo desconocido. No hay nada de anormal en todo eso.
La mujer, al aceptar su embarazo, al tomar la inmensa responsabilidad de traer al mundo un nuevo ser, tiene derecho a sentirse a veces invadida por el vértigo. Se trata de un hito que tiene que sobrepasar. Se verá obligada a abandonar de manera definitiva la infancia para convertirse plenamente en adulta.
Los senos se hinchan, a veces duelen, se saliva mucho, se está fatigada, nerviosa, se tienen ganas de dormir, de orinar con mayor frecuencia y, no se sabe por qué, dan asco el café, por ejemplo, el tabaco, ciertos olores, ciertos perfumes. Los sentidos se exacerban y es más difícil dominarse. Todo esto resulta más bien desmoralizador.
Pero significa sin la menor duda una manera de materializar lo inmaterial. Porque, en el fondo del cuerpo de la mujer embarazada, vive un niño incapaz de manifestarse todavía. Sólo la inteligencia percibe el embrión. De hecho, todo se resume en una afirmación del médico: «Está usted embarazada».
Algunas mujeres no se convencen de su nuevo estado hasta que sienten a su hijo vivir en ellas. Por fortuna, hoy en día la ecografía permite muy pronto tomar conciencia de la realidad de lo invisible.
A lo largo de todo el embarazo, la mayoría de las mujeres reviven su infancia, pero esto se hace particularmente flagrante durante el segundo y el tercer mes. Esta vuelta atrás puede traducirse por una angustia, que desaparecerá hacia el cuarto mes, cuando la percepción de los movimientos del niño asegurará a la futura madre del embarazo y la presencia del hijo.
El primer trimestre se caracteriza también por el miedo a un aborto espontáneo. Todas las mujeres saben ahora que esos abortos han de temerse sobre todo durante el segundo mes del embarazo.
Además como ya he dicho antes, una mujer, por muy feliz que se sienta de estar embarazada, puede oscilar entre dos sentimientos en apariencia contradictorios: la alegría y el temor a lo desconocido. No hay nada de anormal en todo eso.
La mujer, al aceptar su embarazo, al tomar la inmensa responsabilidad de traer al mundo un nuevo ser, tiene derecho a sentirse a veces invadida por el vértigo. Se trata de un hito que tiene que sobrepasar. Se verá obligada a abandonar de manera definitiva la infancia para convertirse plenamente en adulta.