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viernes, 15 de julio de 2011

El Parto y el primer baño del bebé - Parte 2


El papel del baño de agua tibia consiste en crear una etapa confortable, tranquilizadora, agradable (puesto que recuerda el líquido amniótico del útero materno), en el curso de ese terrible y angustioso viaje que en pocos minutos conduce al niño, del cálido y dulce refugio del vientre materno, al ruido, la frialdad y la brutalidad del mundo de los humanos.

En su baño, el bebé se relaja, descubre que puede extender con facilidad los miembros, empieza a abrir los ojos... A menudo, he hecho la prueba de hablarle en voz baja y suave; no hay nada tan sorprendente como ver a un bebé de pocos minutos volver la cabeza hacia esa voz y mirar con sus grandes ojos abiertos a aquel que le habla con dulzura.

El respaldo de la cama de obstetricia habrá sido levantado para que la madre, semisentada, pueda ver a su bebé a pocos centímetros de ella. Extendiendo la mano, puede acariciarlo y tender el dedo a su hijo, quien se aferra de inmediato con su puñito cerrado. También el padre se encuentra allí, con el rostro pegado al de su esposa, a fin de ver mejor los primeros retozos de su hijo.

Aunque sólo fuera por eso, por esa comunicación extraordinaria escasos minutos después del nacimiento, Leboyer tenía sobrada razón para escribir su libro. Los padres que han vivido esos instantes inolvidables han declarado, unánimemente, que ese clima psicológico les parecía maravilloso. Las madres que en ocasiones anteriores han dado a luz según los métodos tradicionales conceden, casi sin excepción, su preferencia al método Leboyer.

Aun en el caso de que, en el curso de un parto con el método Leboyer, el niño no deje de gritar, tal como ocurre en el parto tradicional —lo que no resulta excepcional en absoluto—, estoy convencido de que el hecho de que no se haga desaparecer de inmediato al recién nacido entre bastidores, sino que se le deje vivir sus primeros minutos bajo la enternecida mirada de sus padres, marca profundamente a las parejas.

Al cabo de unos diez minutos, habrá que decidirse a arrancar al niño de su baño y a privarnos de su contemplación. Esto me ha resultado siempre difícil, y de buena gana me quedaría durante horas jugando con el niño en su bañera... Sin embargo, es preciso decidirse a sacarlo de ella a fin de confiarlo a la puericultora, quien le hará sufrir lo que yo denomino su «visita» de incorporación.

El arrancar al niño de ese paraíso líquido ocasiona de inmediato gritos desgarradores. Pero es necesario comprender que el paso brutal del interior del útero al mundo exterior se ha realizado así en varias etapas. El choque ha podido ser atenuado, y el niño se habituará progresivamente a su nueva vida. El baño representa un alto bien merecido en el transcurso de ese duro viaje de un universo a otro...

miércoles, 13 de julio de 2011

El Parto y el primer baño del bebé - Parte 1


En ese clima de tranquila serenidad, la madre podrá practicar el método del parto sin dolor en las mejores condiciones posibles, y no como ocurre en las salas de observación tradicionales, ruidosas y a menudo angustiosas.

Cuando el niño llega, el partero le ayudará a franquear con gran dulzura el último obstáculo, es decir el anillo vulvar. Una vez liberado el niño, el médico lo deposita sobre el vientre de la madre, donde suele lanzar uno o dos gritos al cabo de medio inmuto, aproximadamente. El hecho de que el cordón no sea corlado de inmediato, como ocurre en el parto tradicional, permite al niño pasar sin transición brusca de la no respiración (en el vientre de la madre) a la respiración aérea por medio de los pulmones y, por Otra parte, asegura un aporte permanente de sangre y de oxígeno a su cerebro.

Durante su permanencia sobre el vientre de la madre, se evitará que el niño se enfríe cubriéndolo con un tejido tibio, aunque, por supuesto, también le llega el calor de aquélla.

El cordón no se corta hasta varios minutos después del nacimiento, una vez que el niño se ha habituado a la respiración aérea.
Sobre el vientre de su madre, cada niño tiene un comportamiento diferente, que varía según su personalidad. De modo general, el niño cesa inmediatamente de gritar o de llorar, limitándose a lanzar pequeños gruñidos de vez en cuando, comienza a mover sus miembros y, a menudo, abre los ojos.

Depositado boca abajo, puede ponérsele en contacto con el seno materno; con frecuencia, el niño comienza entonces a mamar. Es interesante destacar que esta succión del pezón puede desencadenar en la madre una secreción hormonal que favorece la contracción del útero y el desprendimiento de la placenta.

Al cabo de unos minutos, el partero coge delicadamente al niño para darle el baño. En su libro, Leboyer aconsejaba que fuera el padre quien diera el baño a su hijo, pero después ha cambiado de opinión; en efecto, el padre, en general demasiado emocionado, demuestra una gran torpeza, torpeza que el niño percibe de inmediato, restándole confianza.

Es pues preferible que ese famoso baño, objeto de tantas burlas, sea dado por el propio tocólogo.

El instante en que, bajo los ojos maravillados (y con frecuencia bañados en lágrimas de emoción) de sus padres, el niño se relaja, testimonia su confianza y abre los ojos a su nuevo mundo constituye sin duda alguna el gran momento del método Leboyer.