El ideal del maternaje es incompatible con los imperativos de la vida cotidiana en nuestras sociedades modernas. Con todo, es indudable que las cosas van a mejorar en el futuro, y afortunadamente asistimos ya a una vuelta a la lactancia natural.
De momento, y teniendo en cuenta las obligaciones de la vida moderna, es preciso que la madre trate de aportar el máximo al niño en el mínimo de tiempo de que se dispone.
Dar el pecho me parece el primer paso.
El segundo, consagrar bastante tiempo durante el día al bebé a fin de prodigarle el amor y la ternura que tanto necesita.
El tercer paso consiste en enseñar de inmediato al bebé a respetar el reposo nocturno. La última mamada se le puede dar a medianoche, y la primera a las seis de la mañana. Quizás el niño llore las primeras noches entre esas dos mamadas, pero no tardará en comprender que la noche está hecha para dormir.
Un bebé del que uno se ocupa a lo largo del día dormirá de noche como todo el mundo, para satisfacción general. Si es preciso, una débil luz cerca de su cuna podrá calmar sus angustias nocturnas. Ese respeto de la tregua nocturna es el único «adiestramiento» que se le debe imponer al bebé, pues el no respetarla resulta incompatible con la vida en sociedad.
Como ya he dicho, me opongo por completo a la opinión de ciertos pediatras que aconsejan a las jóvenes madres que den de mamar al niño cuando lo pida, aunque sea a altas horas de la noche. No es el pediatra sino el tocólogo el que tiene que visitar a continuación a esa pobre madre, totalmente agotada al cabo de pocas semanas de ese régimen de insomnio que nadie podría resistir. La salud de la madre no debe ser sacrificada a los caprichos del recién nacido. Por supuesto, no se trata de hacer sufrir al bebé, sino tan sólo de habituarlo al ritmo día-noche que gobierna la vida de los adultos.
Evidentemente, un bebé necesita dormir mucho más que un adulto. En general, en el curso de ¡a primera semana que sigue al nacimiento, duerme de 18 a 20 horas al día; es decir que su madre le verá sobre todo dormido, pues sólo se despertará cuando se sienta atenazado por el hambre y reclame la mamada.
A partir de la primera semana, el tiempo de sueño pasa a 15-16 horas al día, para disminuir de modo progresivo durante los primeros meses hasta las 12 o 14 horas. Mas es sobre todo el ritmo de sueño y de vigilia lo que se altera; los períodos de vigilia se van alargando, jalonados por largas siestas, generalmente después de las mamadas.
De momento, y teniendo en cuenta las obligaciones de la vida moderna, es preciso que la madre trate de aportar el máximo al niño en el mínimo de tiempo de que se dispone.
Dar el pecho me parece el primer paso.
El segundo, consagrar bastante tiempo durante el día al bebé a fin de prodigarle el amor y la ternura que tanto necesita.
El tercer paso consiste en enseñar de inmediato al bebé a respetar el reposo nocturno. La última mamada se le puede dar a medianoche, y la primera a las seis de la mañana. Quizás el niño llore las primeras noches entre esas dos mamadas, pero no tardará en comprender que la noche está hecha para dormir.
Un bebé del que uno se ocupa a lo largo del día dormirá de noche como todo el mundo, para satisfacción general. Si es preciso, una débil luz cerca de su cuna podrá calmar sus angustias nocturnas. Ese respeto de la tregua nocturna es el único «adiestramiento» que se le debe imponer al bebé, pues el no respetarla resulta incompatible con la vida en sociedad.
Como ya he dicho, me opongo por completo a la opinión de ciertos pediatras que aconsejan a las jóvenes madres que den de mamar al niño cuando lo pida, aunque sea a altas horas de la noche. No es el pediatra sino el tocólogo el que tiene que visitar a continuación a esa pobre madre, totalmente agotada al cabo de pocas semanas de ese régimen de insomnio que nadie podría resistir. La salud de la madre no debe ser sacrificada a los caprichos del recién nacido. Por supuesto, no se trata de hacer sufrir al bebé, sino tan sólo de habituarlo al ritmo día-noche que gobierna la vida de los adultos.
Evidentemente, un bebé necesita dormir mucho más que un adulto. En general, en el curso de ¡a primera semana que sigue al nacimiento, duerme de 18 a 20 horas al día; es decir que su madre le verá sobre todo dormido, pues sólo se despertará cuando se sienta atenazado por el hambre y reclame la mamada.
A partir de la primera semana, el tiempo de sueño pasa a 15-16 horas al día, para disminuir de modo progresivo durante los primeros meses hasta las 12 o 14 horas. Mas es sobre todo el ritmo de sueño y de vigilia lo que se altera; los períodos de vigilia se van alargando, jalonados por largas siestas, generalmente después de las mamadas.
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