En el alumbramiento clásico, el niño, desde su salida de las vías maternas, es sometido a un determinado número de exámenes y movimientos codificados, destinados a apreciar su estado físico y a paliar de inmediato cualquier anomalía detectada.
La aplicación de esas pruebas sistemáticas ha servido para mejorar la calidad de los cuidados y hacer que disminuyan las posibles consecuencias que un parto difícil tendría en el niño. Sin embargo, como toda actitud nueva, esta conducta científica tiende a caer en ciertos excesos, en los que el parto ya no es considerado como un hecho natural sino como una intervención quirúrgica, y el niño, más que un ser humano, pasa a ser un objeto pasivo que se somete a los últimos inventos de la técnica electrónica.
Un retorno hacia una actitud más humana, menos fría, se abre paso poco a poco en nuestros días; la humanización del nacimiento pasa por una reducción de los factores médicos, lo que no supone ni una negación de los progresos técnicos obtenidos ni una vuelta atrás. Se trata más bien de poner al médico y a la técnica médica en su lugar, que es el de un testigo vigilante y discreto del nacimiento, y no el de protagonista.
Tanto el médico como la técnica deben estar listos para intervenir, pero permaneciendo en la sombra y dejando la escena a los verdaderos protagonistas del nacimiento: el niño, la madre y el padre.
Sin embargo, voy a describir brevemente las pruebas a-las que es sometido el niño en el parto tradicional.
En cuanto sale del vientre materno, se encargan de él la comadrona o la puericultora. A menudo, a la madre le extraña que el médico o la puericultora mantengan a su hijo cabeza abajo sujeto por los pies; esa posición está motivada por el temor de que el niño inhale en sus pulmones las mucosidades y el líquido amniótico que han llenado sus cavidades bucales y nasales durante el parto.
La aplicación de esas pruebas sistemáticas ha servido para mejorar la calidad de los cuidados y hacer que disminuyan las posibles consecuencias que un parto difícil tendría en el niño. Sin embargo, como toda actitud nueva, esta conducta científica tiende a caer en ciertos excesos, en los que el parto ya no es considerado como un hecho natural sino como una intervención quirúrgica, y el niño, más que un ser humano, pasa a ser un objeto pasivo que se somete a los últimos inventos de la técnica electrónica.
Un retorno hacia una actitud más humana, menos fría, se abre paso poco a poco en nuestros días; la humanización del nacimiento pasa por una reducción de los factores médicos, lo que no supone ni una negación de los progresos técnicos obtenidos ni una vuelta atrás. Se trata más bien de poner al médico y a la técnica médica en su lugar, que es el de un testigo vigilante y discreto del nacimiento, y no el de protagonista.
Tanto el médico como la técnica deben estar listos para intervenir, pero permaneciendo en la sombra y dejando la escena a los verdaderos protagonistas del nacimiento: el niño, la madre y el padre.
Sin embargo, voy a describir brevemente las pruebas a-las que es sometido el niño en el parto tradicional.
En cuanto sale del vientre materno, se encargan de él la comadrona o la puericultora. A menudo, a la madre le extraña que el médico o la puericultora mantengan a su hijo cabeza abajo sujeto por los pies; esa posición está motivada por el temor de que el niño inhale en sus pulmones las mucosidades y el líquido amniótico que han llenado sus cavidades bucales y nasales durante el parto.
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