Es el fin del embarazo. Este período se halla dominado, tanto lisica como psicológicamente, por la noción de unión con la madre.
Las condiciones para el niño son entonces óptimas: seguridad, protección, medio líquido y tibio, agradable, y satisfacción de todas las necesidades: nutritivas por medio del cordón umbilical, urinarias por la micción en el medio amniótico (no hay función intestinal, por lo tanto tampoco hay deposiciones).
Esta beatitud puede sin embargo verse alterada. De modo ocasional y superficial, por ruidos externos demasiado intensos, por sacudidas sufridas por la madre, por una molestia pasajera de ésta, por el uso del tabaco o del alcohol, por el examen del ginecólogo, por las relaciones sexuales, etc. La alteración puede ser más duradera y de mayor gravedad a causa de cualquiera de las enfermedades propias del embarazo (hipertensión arterial, toxemia gravídica, choque por el factor Rh), del miedo o la angustia de la madre, de un trabajo penoso efectuado por ésta, etcétera.
A pesar de que todas esas agresiones son bien conocidas por la medicina oficial, ésta sólo ve en ellas la posibilidad de una repercusión en la salud del niño.
Las exploraciones por medio del LSD revelan que el niño puede asimismo sentir esas agresiones a nivel psíquico, con sensación de incomodidad, dolores, angustia, etc., y memorizar después esos recuerdos incómodos de su inconsciente, del que podrán «extraerlos» los métodos psicoterapéuticos ya mencionados. La sabiduría popular ya había reconocido, desde hace tiempo, la influencia de la ansiedad o la angustia de la madre sobre el desarrollo del embarazo y sobre el psiquismo del niño.
En este estadio, las descripciones suministradas por los sujetos experimentales son todas parecidas. Se describen como de tamaño muy pequeño, con la característica desproporción entre el volumen de la cabeza y el del resto del cuerpo (sabemos que el recién nacido tiene una cabeza proporcionalmente mucho mayor que la del adulto).
Pueden sentir el líquido que los baña e incluso a veces el cordón umbilical. Esas percepciones se hallan asociadas a una impresión psíquica de completa felicidad, de fusión perfecta en la unidad cósmica. Los sentimientos mencionados con mayor frecuencia son: paz, tranquilidad, alegría, serenidad, beatitud, esplendor y plenitud del ser, trascendencia del tiempo y el espacio. Todos señalan que las palabras del lenguaje ordinario son insuficientes para traducir la naturaleza de esa sensación y su significado.
Las condiciones para el niño son entonces óptimas: seguridad, protección, medio líquido y tibio, agradable, y satisfacción de todas las necesidades: nutritivas por medio del cordón umbilical, urinarias por la micción en el medio amniótico (no hay función intestinal, por lo tanto tampoco hay deposiciones).
Esta beatitud puede sin embargo verse alterada. De modo ocasional y superficial, por ruidos externos demasiado intensos, por sacudidas sufridas por la madre, por una molestia pasajera de ésta, por el uso del tabaco o del alcohol, por el examen del ginecólogo, por las relaciones sexuales, etc. La alteración puede ser más duradera y de mayor gravedad a causa de cualquiera de las enfermedades propias del embarazo (hipertensión arterial, toxemia gravídica, choque por el factor Rh), del miedo o la angustia de la madre, de un trabajo penoso efectuado por ésta, etcétera.
A pesar de que todas esas agresiones son bien conocidas por la medicina oficial, ésta sólo ve en ellas la posibilidad de una repercusión en la salud del niño.
Las exploraciones por medio del LSD revelan que el niño puede asimismo sentir esas agresiones a nivel psíquico, con sensación de incomodidad, dolores, angustia, etc., y memorizar después esos recuerdos incómodos de su inconsciente, del que podrán «extraerlos» los métodos psicoterapéuticos ya mencionados. La sabiduría popular ya había reconocido, desde hace tiempo, la influencia de la ansiedad o la angustia de la madre sobre el desarrollo del embarazo y sobre el psiquismo del niño.
En este estadio, las descripciones suministradas por los sujetos experimentales son todas parecidas. Se describen como de tamaño muy pequeño, con la característica desproporción entre el volumen de la cabeza y el del resto del cuerpo (sabemos que el recién nacido tiene una cabeza proporcionalmente mucho mayor que la del adulto).
Pueden sentir el líquido que los baña e incluso a veces el cordón umbilical. Esas percepciones se hallan asociadas a una impresión psíquica de completa felicidad, de fusión perfecta en la unidad cósmica. Los sentimientos mencionados con mayor frecuencia son: paz, tranquilidad, alegría, serenidad, beatitud, esplendor y plenitud del ser, trascendencia del tiempo y el espacio. Todos señalan que las palabras del lenguaje ordinario son insuficientes para traducir la naturaleza de esa sensación y su significado.